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martes, 28 de febrero de 2012

Calendarios indígenas: el zurcido del tiempo fracturado

 

Por Carmen Mondragón Jaramillo
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Sentado en clase turista, sobrevolando el territorio que separa el primer mundo del tercero, un especialista ritual maya regresa a Soloma, Guatemala, luego de haber “levantado” (llevado a casa) la sombra de un inmigrante kanjobal, muerto en forma violenta en Chicago, Estados Unidos.

Quizás, bajo el mismo espacio aéreo que atraviesa el avión donde viaja el curandero maya, se encuentre el poblado de Popolá, en Yucatán, México; y tal vez, en ese mismo momento, la madrina de bautizo de un niño muerto, esté depositando en el interior del ataúd que resguarda el cuerpecito inerte, un paquete de pañales Kleen Bebé, reputados como el mejor material para que le fabriquen sus alas al llegar al cielo y transformarse en angelito.

Estas escenas que parecen increíbles en el nuevo milenio, son testimonio de una amalgama de concepciones que han traspasado los siglos… ¿alguien podría extrañarse de tal cambio, conjunción, modernidad y signos, en una cultura fascinada desde siempre por la temporalidad del tiempo?, pregunta y se pregunta a sí mismo Mario Humberto Ruz, quien en sus andanzas como etnólogo y lingüista se ha topado con éstos y otros casos no menos insólitos para las mentes permeadas por la visión occidental.

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El antropólogo recuerda que hoy día, poblados k’iches, kaqchikeles, ixiles y mames, de Guatemala, siguen valiéndose del calendario ritual de 260 días, utilizado por sus antepasados antes de la llegada de los españoles. Para ello, emplean los nombres dados a los 20 días del calendario sagrado también conocido como Tzolk’in, semillas rojas y cristales de cuarzo, elementos que ya desde la Colonia habían sido consignados en expedientes en los que se denunciaba los ritos perniciosos de que participaban los indígenas.

De estos legajos heredados por la burocracia eclesiástica guatemalteca, Mario Humberto Ruz destaca un documento de la jurisdicción de Sololá, redactado entre 1814 y 1820, el cual da cuenta de un proceso realizado en la comarca de Lago de Atitlán contra numerosos indiciados, entre ellos “médicos” indios, acusados de realizar actividades de hechicería junto con objetos de adivinación y lecturas de un calendario prehispánico de 18 meses.

A los denunciados se les acusaba de usar “piedritas y frijoles colorados” —mismos que usan los mayas hasta la actualidad— con que contaban los días del mes. La cuenta se asociaba con ciertos nombres, a partir de los cuales profetizaban o adivinaban, la muerte o la vida de los enfermos.

De las declaraciones, enlista Ruz, “se desprende que el día Aj se conceptuaba como bueno para poner responsos, hacer oraciones y prender candelas en la iglesia; que E era fuerte y bueno para quemar copal en los montes, para pedir la salud y que los que nacen en ese día son muy fuertes, que son los sucesores de los supersticiosos, de los brujos; el tercer día, Kej, era igualmente propicio, serían ricos en animales y dinero; Kan e I´x eran favorables para realizar rituales en el monte; Batz, el sexto, era mal día por augurar muerte y en él nacían brujos y supersticiosos; mientras que en Ajpu’ veían la luz tiradores o cazadores; y el Tz’ikin los que serían colmeneros o cogedores de los pájaros en los montes […]”

“Los dos días siguientes tenían que ver con menesteres femeninos, Tz’i’ día del perro, pronostica que las mujeres que nacen en él son rameras y muy dadas a la sensualidad, en tanto que en el décimo, Kawoq, serían parteras. Los que nacían en los dos días que venían después, Toj y Kame, serían sembradores muy ricos de maíz y granos; mientras que No’j e Imox son días muy fuertes en los que se va al monte a hacer oraciones, enseñan a sus discípulos y hacen otras diabluras. Quienes naciesen bajo K’at, el décimo quinto, serían muy pobres”.

De esta documentación y otra tanta, procedente de Guatemala y del área maya de México —dice el investigador del Centro Peninsular de Humanidades y Ciencias Sociales, de la UNAM—, surge claro que no se trató de un mero intento, más o menos exitoso de “cabalgar” calendarios, de modo que la empresa fue mucho más exitosa, pues se buscó al mismo tiempo entretejer cosmogonía y cosmovisión.

En esa tarea participaron tanto los religiosos como los indígenas. Los primeros, fuera adecuando la cosmovisión maya para transmitir mejor su mensaje evangelizador, calificando estas antiguallas como obras del demonio, o bien, desde el púlpito, con exhortos en los que las antiguas deidades eran relacionadas con los nombres dados al demonio en la Edad Media.

Por su parte, los indios mayas echaron mano de sucesos consignados en la historia occidental “para insertar acontecimientos y personajes de raigambre local, mayanizando, por así decirlo, el devenir occidental o si se prefiere, universalizando tiempos y espacios mayas, al insinuarlos en la cronovisión de los nuevos señores”. En libros como los Chilam Balam o en títulos como el de los Señores de Totonicapán, los ancestros mesoamericanos aparecen ligados a las tribus mesiánicas de Babilonia e Israel, en un afán por legitimar el origen propio y desdeñar las imposiciones venidas de los españoles.
    
Si la temporalidad entonces conocida había sufrido una fractura irreparable, ¿por qué no aprovechar las figuras y ambigüedades de los nuevos marcadores para legitimar los tiempos propios?, vuelve a cuestionar Mario Humberto Ruz. Lo interesante, apunta, es que “los escribas mayas no parecen haber encontrado mayor dificultad en montarse a ese tren de la historia a donde los empujó la concepción del pasado que esgrimían otros, pero eso sí, no aceptaron hacer el trayecto en el vagón de segunda al que pretendían confinarlos”.

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Al igual que Mario Humberto Ruz, la historiadora y lingüista, Laura Caso, opina que es un tema de profunda investigación, la manera en que los pueblos mayas concibieron y mesuraron tales temporalidades durante el dominio hispano, aunque desafortunadamente existe poca información sobre el porqué los indígenas conformaron estos textos, optando por copiar y traducir ciertos escritos europeos.

Una primera explicación parte del acceso que tuvieron las élites indígenas —al aprender a leer y escribir el alfabeto latino— a libros de distintos géneros, entre ellos, algunos prohibidos para ellos por los evangelizadores: romances, materias profanas e historias mentirosas, y todo lo que estuviera en contra de la fe, particularmente historias de caballería, biblias protestantes, los autores luteranos, los escritos de los humanistas del Renacimiento, y las obras de médicos, astrónomos y cosmógrafos.

Estas últimas obras, compuestas en gran medida por los denominados “reportorios de los tiempos” o cronografías, fueron las que llamaron particularmente la atención de los intelectuales indios, pues en ellos se consignaban temas de astrología, medicina, horóscopos, calendarios y predicciones para realizar las actividades agrícolas, médicas, y otros aspectos similares a los que trataban los almanaques usados por sus antepasados mesoamericanos.

Tomando como ejemplo los reportorios de los tiempos escritos por Andrés de Li, Jerónimo de Chaves y Rodrigo de Zamorano —clandestinamente difundidos durante los siglos XVI y XVII—, los sabios mayas, conocedores del funcionamiento de los calendarios prehispánicos, hicieron una correlación de éstos con el Juliano, y mantuvieron el uso de éste, pese a su cambio por el Gregoriano a fines del siglo XVI.

“La estructura de los calendarios Juliano y Gregoriano era muy distinta a la de los calendarios mesoamericanos, es decir, las semanas de siete días, el año de doce meses, y principalmente los años bisiestos. Los calendarios mesoamericanos estaban basados en un sistema numérico vigesimal, por lo que los meses eran de 20 días. En el caso de los calendarios rituales, los meses de 20 días se intercalaban con trece numerales, dando un ciclo de 260 días. Además de un calendario ritual, existía un calendario de 365 días que tenía un calendario de 18 meses de 20 días, más cinco días considerados aciagos”, explica Laura Caso, investigadora del Colegio de Posgraduados, campus Puebla.

Para los mayas, quienes concebían el tiempo de modo lineal y cíclico, existían tres tipos de augurios: pronósticos de los días, profecías del año o profecías túnicas, y las llamadas profecías katúnicas, estas últimas resultaron de gran importancia en la resistencia indígena, pues fueron retomadas por sus dirigentes para alentar el fin de la dominación española.

Al parecer —comenta Laura Caso—, los datos que ofrecían los reportorios, les permitieron a los intelectuales indígenas hacer proyecciones con sus propios calendarios. La información sobre las fiestas movibles, fiestas de guardar y los santorales, les permitieron trazar un paralelismo con su calendario ritual, haciendo los ajustes necesarios para hacer coincidir fechas importantes con el calendario cristiano. Un ejemplo de ello es el Chilam Balam de Ixil, del que la especialista hizo un estudio publicado recientemente junto con el facsimilar del escrito (INAH y Artes de México).  

Asimismo, en un documento de 1687, se hace referencia de que en el poblado kaqchikel de San Juan Comalapa, Guatemala, los indios seguían acudiendo a sus sacerdotes, conocidos como “contadores de los días”, en los tiempos de siembra del maíz o de parto de una mujer. A ellos les preguntaban qué día era “bueno” para hacer tal o cual cosa, “y ellos les dicen por tener puestos sus nombres a los días, que a unos llaman conejos, a otros pájaros, a otros dientes, a otro tigre, a otro león, a otro lagarto, a otros 3 cerbatana, como a otro 12 perro […]”.

La visión fatalista sobre las predicciones mayas inició con los frailes franciscanos que utilizaron estos augurios para tratar de evangelizar a los indígenas, diciendo que su conquista, dominación y adopción al cristianismo estaban vaticinadas en sus propias profecías, anota Laura Caso. De este modo, el discurso franciscano “interpretaba” la historia cíclica indígena.

Este fue el caso de fray Andrés de Avendaño, quien trató de convencer a los mayas itzaes –mal usando sus propias profecías— que había llegado el tiempo de aceptar la dominación española y la conversión al cristianismo.

La contestación del gobernante Couoh, uno de los cuatro caciques itzaes que se resistían a la conquista, nos muestra, dice Laura Caso, la verdadera concepción maya del tiempo y de la vida:

¿Y qué importa que se haya cumplido el tiempo de que seamos cristianos, si no se le ha gastado a mi lanza de pedernal esta delgada punta que tiene?

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Hasta el día de hoy, en el mundo de las temporalidades posibles, de los espacio-tiempo que van de ida y vuelta, aún se escuchan relatos en los que el Espíritu Santo se mezcla a los guardianes de los cerros y los seres del inframundo maya; al tiempo que un maya de Campeche identifica al Anticristo con la Serpiente Emplumada, y habla del reino mesiánico que buscará instaurar Cristo, compitiendo con los que pretenden Rusia y Estados Unidos, tal y como antes lo intentó frente a Poncio Pilato.

En esta reactualización de signos, de asir lo inaprehensible, de cronologías zurcidas con historias pretéritas, como destaca el etnólogo Mario Humberto Ruz, ¿realmente son extrañas y ajenas estas situaciones?, ¿acaso no nos hablan de una cultura fascinada desde siempre por la temporalidad del tiempo?

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